El
informe del semanario se apoyó en cartas
de excombatientes de guerra que aseguraban una supuesta cobardía de
los arequipeños durante la toma de la ciudad, el 29 de octubre de 1883. Para el historiador arequipeño Juan Guillermo Carpio Muñoz, esta
versión carece de veracidad, tiene vicios y vacíos aberrantes.
“La leyenda negra de Arequipa no tiene ningún fundamento (…) quienes dicen eso son ignorantes de la
historia”, afirma tajante Carpio Muñoz, mientras conversamos en el
cuarto piso de su casa ubicada en el barrio de San Lázaro. Desde ahí se observa
la cúpula de la Iglesia San Agustín. Este recinto sirvió como caballeriza para
los chilenos cuando ocuparon Arequipa entre 1883 y 1884. Este templo no fue el
único vejado durante la guerra, los
chilenos levantaron sus cuarteles en iglesias de Sachaca y Tiabaya. Permanecieron 300 días en la ciudad.
AREQUIPA Y LA GUERRA
El 25 de octubre de 1883, la Ciudad Blanca era
tierra de nadie. Había desorden y caos en las calles. El alcalde Diego Butrón fue asesinado por una
turba de enloquecidos pobladores. Butrón apoyaba la corriente de ceder
territorio a Chile a cambio de la paz. Por eso lo mataron, dice Carpio
Muñoz.
Sin
embargo, dos días antes, el ministro arequipeño Mariano Nicolás
Valcárcel, firma una carta que
comunica el acuerdo entre autoridades militares y de gobierno que residían en
la ciudad. Harían resistencia
a la ofensiva chilena.
Inexplicablemente,
los planes cambiaron. De acuerdo a Carpio Muñoz, el 26 de octubre los militares liderados por
el contraalmirante piurano
y vicepresidente del Perú, Lizardo Montero, huyeron a Puno, dejando a la ciudad desguarnecida. “Lo
que hubo en Arequipa no fue cobardía, lo que hubo fue desconcierto, confusión y falta de un plan
para defenderla”, señaló el exdiputado Javier de Belaunde, en un
reportaje de octubre de 1983, hecho por “Caretas”, que mostró la otra
cara de la versión de Oiga.
Según
Carpio Muñoz, luego que el Ejército Chileno ocupó Lima en 1881, buscó sin éxito un tratado de paz que consagrase sus
ambiciones territoriales (apropiarse de Arica, Tarapacá y Tacna). Entonces propició una Junta de Notables que
el 22 de febrero de ese año eligieron al jurista arequipeño Francisco García
Calderón como presidente del Perú. Este no favoreció los planes chilenos
y buscó mantener la integridad territorial. Por ello lo apresaron y enviaron a Chile el 6 de noviembre. Días
antes de su caída, García designó
a Lizardo Montero como vicepresidente. Este decidió establecer su
gobierno en Arequipa, ungida como capital del Perú debido a su posición
estratégica. Montero ingresó junto a otros militares a la ciudad sureña el
jueves 31 de agosto de 1882. Ese mismo día, el general cajamarquino, Miguel
Iglesias –jefe militar del Norte- se rebeló contra Montero. Su acto, conocido
como el grito de Montán, planteaba el reconocimiento de la derrota de
la guerra y la firma de la paz con cesión de territorio.
El
hecho fue condenado por varios pueblos, incluido Arequipa, que se negaron a aceptar la mutilación de la
patria. Montero vivió 14 meses en la ciudad. En ese lapso, a decir de
Carpio, la población se organizó para mantener a las tropas peruanas y los
militares. “Arequipa jugó un papel
heroico fundamental. Participó
de forma activa en la campaña del sur, con varios batallones de jóvenes
y mantuvo al gobierno de Montero”, remarca el historiador.
En
setiembre de 1883, el ejército enemigo decidió tomar la Ciudad
Blanca. Montero, pese a
aseverar que harían resistencia, usó tácticas de defensa desconcertantes, como ordenar el retiro de tropas asentadas en Moquegua, lo que
permitió el avance de los chilenos hacia territorio mistiano.
Ante
la inminente ocupación, el cuerpo consular, integrado por empresarios que
vivían en Arequipa, entre ellos Enrique Gibson, dialogaron con Montero para que
evite enfrentamientos dentro de la ciudad. Este rechazó el pedido, sin
embargo ordenó el desarme de la Guardia Nacional, integrada por civiles
arequipeños. Los soldados tomaron
el acto como traición. Ello desató una rebelión y el caos de la
población, que terminó con la huida del dignatario y el abandono de la ciudad a
su suerte. A su huida, las picanteras le lanzaban agua hirviendo que utilizarían para la
preparación de la chicha de jora como señal de repudio.
El
27 de octubre, Enrique Gibson envió una carta al jefe de la expedición chilena, José Velásquez, para
sostener una reunión en Paucarpata, antes que ocupe la ciudad. La cita concluyó
con un acta que decía: “que a causa de la retirada del Ejército (peruano) y el
abandono del gobierno, el pueblo
de Arequipa se vio en la necesidad de reorganizar sus autoridades,
adhiriéndose a la causa de la paz por creer imposible su resistencia (…) por lo
que representantes de Arequipa ponen la ciudad a disposición del jefe del
Ejército Chileno, esperando que se ciña a los principios de derecho de gentes”.
Iglesias había firmado nueve días antes el Tratado de Ancón.
LOS
MÁRTIRES DE QUEQUEÑA Y LA HIGUERA EN CAYMA
Dos
pruebas concretas de que Arequipa se mantuvo rebelde a la ocupación de Chile son los episodios de Quequeña y Cayma.
El primero ocurrió el 24 de noviembre de 1883, cuando el sargento Francisco Agustín Román y dos soldados (Juan Fernández y Francisco Valdebenito) intentaron abusar de una pobladora de Quequeña. Los lugareños, mataron a dos de ellos y el tercero huyó con vida. El hecho tuvo represalias y concluyó con el fusilamiento de seis pobladores. Otro hecho involucra a los mártires de la Higuera: Ángel y Pío Talavera, Mariano Huanqui y Mariano Huamán, asesinados por soldados al resistirse al robo de sus animales y ganancias. El hecho ocurrió en Cayma. "La población vivió con rabia los días de ocupación, por eso es un error decir que hubo sumisión", comenta Carpio.
El primero ocurrió el 24 de noviembre de 1883, cuando el sargento Francisco Agustín Román y dos soldados (Juan Fernández y Francisco Valdebenito) intentaron abusar de una pobladora de Quequeña. Los lugareños, mataron a dos de ellos y el tercero huyó con vida. El hecho tuvo represalias y concluyó con el fusilamiento de seis pobladores. Otro hecho involucra a los mártires de la Higuera: Ángel y Pío Talavera, Mariano Huanqui y Mariano Huamán, asesinados por soldados al resistirse al robo de sus animales y ganancias. El hecho ocurrió en Cayma. "La población vivió con rabia los días de ocupación, por eso es un error decir que hubo sumisión", comenta Carpio.
Añade que Arequipa ofreció héroes
como Manuel Ugarte, Isaac Recabarren, Clodomiro Chávez, Sebastián Luna, Carlos
Llosa (pariente de MVLL), Juan Antonio Portugal, Mariano Bustamante, Manuel
Jesús Osorio. etc.
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